Lugares,  Pensamientos

El llanto de Camden Town

Aquel día era de sol radiante en todo el sur de Inglaterra, desde West Sussex a Surrey, así que era de esos, en el que se coge el tren que va Londres, para pasar casi todo el día en Camden Town. Con sol, el rey de todos los mercadillos está esplendoroso y uno quiere pertenecer a aquello, como si fuese el último suspiro que queda antes de morir.

El tren que lleva a Londres, desde Crawley hace pocas paradas y en menos de 35 minutos, uno está con los pies puestos sobre el andén de Victoria Station. Una vez allí, como si fuese un remolino, las miles de almas que campan a sus anchas por dentro de la estación, te empujan a ser parte de la ciudad. Es la puerta que ellos te abren para pertenecer a una urbe, que puede considerarse la capital del mundo.

A mí me pasó lo mismo, realmente siempre me pasaba, nada más poner el pie en Victoria, una gran cantidad de emociones recorrían mi cuerpo, me avisaban, que ya formaba parte de aquella muchedumbre y todo lo que me esperaba, seria digno de contar, ya relajados, a unos colegas que jamás entenderán lo que tu sientes cuando pisas Londres.

El calor apretaba con fuerza, era mayo y aunque pareciese mentira, las nubes grises desaparecieron y dejaron el cielo azul como el del Caribe. Días así pasan pocos durante el año en las islas británicas, así que, cuando eso ocurre, tanto los londinenses, como el resto de personas de las ciudades, salen en tromba a la calle y si es en fin de semana, como era en este caso, la muchedumbre se multiplica por cuatro. Lo pude ver, nada más llegar a la estación de metro de Camden Town, una gran cola esperaba inquieta, a que los primeros de la fila, pasasen su tarjeta para abrir los tornos y así pasar. Alguno movía repetidamente las piernas, como si estuviese a punto de marearse, otros alborotaban con ansias, el júbilo que llevaban dentro por pasar el día entero en el más famoso de los mercadillos. Tuve que esperar unos minutos a que llegase mi turno, tiempo en el que no pararon de sonar por mis cascos, las canciones que llevaba en mi teléfono a toda potencia. Y así, casi sin enterarme, me olvidaba el bullicio de voces que había afuera, pero que sin embargo, le ponían banda sonora a un barrio mítico.

Recuerdo que nada más pisar la acera de la calle, una extraña sensación se posó en mí, y creo, que era en parte, por el calor y el tremendo sol que hacía, por lo que todo parecía más brillante y eso siempre alienta el alma. Decenas de jóvenes y adolescentes inundaban las calles, muchos españoles, que venían a pasar el fin de semana, otros quizás estudiantes y muchos trabajadores emigrantes que como yo, tenían ese día libre.

Pasee por las aceras, mientras perdía mis ojos en las fachadas variopintas de las tiendas del barrio y que había visto tantas veces anteriormente, pero que no me cansaba de hacerlo las veces que hiciesen falta. Miré para ambos lados y a pesar de conocerlo como la palma de mi mano, una vez más, todo me asombró.

Pero lo que tenía que haber ocurrido, lo hizo, en un lugar que no esperaba, en una calle adyacente en la que nunca pasa nada y en la que nadie se para, porque nada hay, allí mismo, presencie la imagen más asombrosa y la que mejor recoge el espíritu de Londres y como no, de Camden. Fue una aparición ante mí, un regalo visual, tanto, que cerré fuerte mis ojos para volverlos abrir con fuerza, creyendo que era un sueño y lo que tenía delante de mí, no era real.

En esa calle, había un pequeño coche viejo, y encima de él,  dos mujeres sentadas, dando un concierto a todo él que pasaba por delante. Lo mejor, era que enfrente del coche, había un hombre, que parecía ser de la pandilla, desaliñado, semidesnudo, con la barriga al aire y los pantalones desabrochados, tirado en el suelo y con una mochila sobre la cabeza haciendo de almohada y que permanecía allí enfrente, estático, mirando la postal, como si nada pasase.

Al ver aquella imagen, me paré de repente, fue como un shock que paralizó mi cuerpo y que me impedía avanzar. Quizás mis piernas querían hacerlo, pero mis ojos se habían quedado atónitos al ver a aquellas dos mujeres sucias, recién salidas del cubo de la basura, con sus pelos al viento y que apenas se movían por la mugre que llevaban. Una de ellas era más joven, cantaba como los ángeles y mostraba un pecho minúsculo al descubierto, que de vez en cuando, se subía el tirante del bikini para tapárselo. Era un ritual que hacia cada vez que la canción entraba en su momento emotivo. Su falda larga y una pañoleta oscura que rodeaba su cabeza, le daba un aire a lo Audrey Herburn, pero no tan bella, ni tan limpia, ni tan elegante como la diva del cine, pero si tan misteriosa y peculiar. Ella, cogía el micrófono con las dos manos, parecía que se lo iba a comer por momentos y entonces, escupía el tono de su voz al viento, el llanto de aquella mujer, era el llanto de Camden y a plena luz del sol, se le veía caer las gotas por debajo de la pañoleta, que no se sabía muy bien, si era por la emoción que le daba a las canciones o por el calor que hacía.

Cantaba canciones de Billie Holliday, de la Amy Winehouse, de Ella, de Etha…era lo mismo, las entonaba con el sentimiento que lo hacían sus creadoras, no les envidaba lo mas mínimo, su alma estaba estremecida por un dolor que llevaba dentro y que nadie sabía porque, quizás un amor perdido, no correspondido, olvidado, quizás incomprensión de todo el mundo que la rodeaba, quizás cantaba para demostrar que era alguien, a pesar de su imagen decadente.

La otra mujer y que permanecía al lado, era más mayor, y no soltaba de entre sus manos pequeñas y sucias, una botella de ron, que por aquel entonces, debía de estar más caliente que el té británico, pero eso le daba igual, trago tras trago, acompañaba a la chica joven en sus canciones cuando le parecía, no hacía caso de los estribillos, ella levantaba la voz nada más terminar el sorbo por la botella, aun así, la canción sonaba mejor que nunca. El alcohol le daba fuerzas para reivindicar quien era, a pesar de parecer una vagabunda del Dharma. Cada canción, la terminaban dándose un beso entre ellas y el hombre sucio que permanecía tirado en delante de ellas, aplaudía con gran fervor. En el final de una de la canciones, miré a mi lado y vi que una gran cantidad de gente se había parado como yo a mirar el espectáculo, todos estábamos atónitos ante lo que aquellas locas nos brindaban, de hecho, lo agradecíamos, era la guinda a un barrio mágico y distinto y sin pedirnos nada a cambio, ellas siguieron con su concierto.

Fue entonces, cuando decidí inmortalizar aquel momento con una foto, y de la que puedo asegurar, es la mejor imagen que he sacado jamás, la más bella, la más descriptiva, la más viva, la más sincera…y fue todo esto, porque no me tembló el pulso en ningún momento, porque sabía que estaba delante de algo que jamás se repetiría en aquellas calles y si estaba allí, era porque tenía que estar. Así que, apreté el botón de la cámara de mi teléfono móvil y capté esa imagen, que tiene una fuerza desgarradora, como la voz de la chica cantando, como la de su amante cuando bebía, como la del hombre en el suelo cuando aplaudía. Ninguna otra imagen podía describir tan bien el espíritu de Camden, solamente dos mujeres y coche viejo, bueno eso, y una botella de Ron y algún que otro beso entre canción y canción…

Canción para escuchar en bucle: Etta James – At Last

Jordi Cicely

Este es el lugar donde descansan las emociones de un escritor curioso, aventurero, emocional, romántico, caótico, tozudo, insensato, sensible, tenaz, persistente, impulsivo, vital, soñador... y que cuando se mira a un espejo y se queda un rato en silencio, se ve como un viajero incansable, amante pasional, escritor espontáneo, amigo infranqueable. Mis pasiones: La música (la Psicodelia, los Oldies, lo Sixtie, el Brit Pop, Queen y Freddie Mercury, el Indie, el Shoegazing, Brian Wilson y los Beach Boys, el Pet Sounds), la literatura, los relatos, la Generación Beat de Jack Kerouac, el existencialismo de Camus, los poemas de Rimbaud, El Principito, los viajes por el mundo, cinco ciudades inolvidables (Braga, Londres, Brighton, La Habana y Hong kong), el cine de Larry Clarck, Godard y la Nouvelle Vague, la serie Doctor en Alaska, el pueblecito de Cicely, el movimiento Mod, el British Style, la marca Fred Perry, la cerveza Superbock, la Holanda de Cruyff del 74, el Budismo, la noche en silencio, Latinoamérica, las chicas misteriosas, la vida...que es un suspiro. Solamente una cosa más: Si quieres perderme, sólo tienes que mentirme.

3 Comments

  • Sera

    Un verdadero relato del «London» más real, el auténtico, el que deja huella. Creo que has descrito el instante de un modo único, casi irreverente como la propia escena que cuentas….Gracias Jordi.

  • laugurut

    A veces se nos pasan inadvertidos detalles, escenas …..que como en este caso, son la esencia del momento. Todos cuando vamos de viaje nos centramos en «lo tipico» del lugar, lo que aparece en las guías turísticas , en lo emblemático o lo que nos recomiendan otras personas que ya han estado en ese lugar …..pero lo mejor no figura en ninguna guía Michelín …..lo mejor está por descubrir individualmente .
    Gracias por compartirlo Jordi!!!!!!!!!