Gritar a las montañas
El primer relato que escribí fue hace unos dieciséis años, en el describo el momento mágico de escalar a una montaña, en un día en el que parecía que no ocurriría nada y sin embargo se experimentaron sensaciones y emociones increíbles desde lo mas alto.
Mi hermana Sharay, su novio David y yo, nos levantamos tarde aquel sábado por la mañana, a pesar de que teníamos la excusa de ir a sacar fotos.
Así que nada más terminar, cogimos el multiplazas de David y pusimos los tres rumbo a nuestro destino.
David es de Madrid y estaba haciendo un curso de fotografía, le habían mandado sacar bastantes fotos ese fin de semana, cuando me preguntó de algún sitio bueno para tal afición, yo le dije, que una de las zonas más bonitas que hay, es la de Triacastela, y antes podríamos parar y ver el monasterio de Samos, ya que nos quedaba todo de camino.
Salimos de Lugo con una niebla tan densa, que todo estaba cubierto como con una sábana blanca. Apenas podía verse un coche a dos metros, pero teníamos la ilusión de que el sol saliese y pudiésemos disfrutar de la mañana.
Primero pasamos Sarria, y la niebla no terminaba de levantar, así que tengo que admitir, que el pesimismo por causa del tiempo, se apoderó de mí un instante y fue cuando David me preguntó:
– Jordi, ¿crees que hará buen tiempo?
A lo que le contesté:
– Allí arriba siempre sale el sol.
Seguimos nuestro camino. A medida que íbamos subiendo de altitud, la niebla, que en un principio parecía no dar tregua al sol, iba disipándose poco a poco, de tal forma, que los rayos empezaban a entrar de una forma débil, iluminando una mañana blanca.
A cinco kilómetros de Samos, el sol había reivindicado su posición de astro rey, y la poca niebla que había, parecía más bien un manto de sueños al que apenas le quedaba fuerzas en las primeras horas del día.
Llegamos a Samos y…tengo que revelar un secreto, pase las veces que pase, al observar el mausoleo en forma de monasterio, la piel se me pone de gallina.
Paramos el coche enfrente al río que bordea al monasterio. Nos bajamos, y David sacó unas cuantas fotos, no sólo a su fachada, las fuentes o las majestuosas puertas, sino, a todo lo que lo rodea, realmente todo merece la pena. Cuando acabó, seguimos nuestro camino dirección a Triacastela, yo quería llegar a lo alto del monte que se levanta del valle y guarda todo el pueblo en su zona norte, el llamado el Monte Oribio.
Hace años yo tuve una historia de amor allí (concretamente 14 años), la chica de aquel pueblo me dijo que desde lo alto de la montaña, en su zona más alta, había unas vistas preciosas, y si el día era bueno, y la niebla nos daba permiso, podía llegar a verse Lugo y Monforte, a parte claro está, de la preciosa vista del valle. Desde aquel día siempre tuve ganas de subir, incluso tengo que aceptar, que varias veces tengo soñado con ello, no una vez, sino mil…
Pasamos lo veintitrés kilómetros que nos quedaban por delante, y llegamos al fin a Triacastela. La niebla se había ido por completo, el día era precioso, y el sol iluminaba todo el valle, era un día perfecto.
El Monte Oribio, emergía de las praderas con aire alentador y guardián, a la vez, que nosotros tragamos con fuerza la saliva de la impresión que nos causaba. A mí me infundía mucho respeto, y muchos recuerdos…
Le preguntamos a un par de personas que nos encontramos en las calles casi desiertas del pueblo, cuál era el camino para llegar a la cima del Monte, un hombre nos dijo que teníamos que seguir el camino que teníamos delante, que era un recorrido con muchas curvas e incluso podía hacerse pesado, pero que siguiéndolo no tendríamos perdida, era como el camino que lleva al Reino de Oz, solamente teníamos que seguir el camino de baldosas amarillas…
Empezamos a subir la montaña, claro está, dando un buen rodeo, propiciado por el único camino que hay que seguir, el coche de vez en cuando, hacia un excesivo esfuerzo para poder subir la inclinación que se acentuaba a medida que avanzábamos.
Cuando llegamos a la cima, mi hermana y David se quedaron un momento en el coche buscando la cámara fotográfica, yo no pude contener más la emoción y me fui corriendo a la cima, que está presidida por una especie de columna de cemento de apenas un metro de altura, y que marca el punto mas alto del monte.
Cuando estaba en la cima y pude acercarme al enorme barranco que sirve de frontera entre el monte y el valle, me quedé parado un instante sin nada en lo que pensar, con mi mirada pedida en algún punto entre valle y las montañas que le sirven de compañeras al Monte Oribio. Cerré los ojos, intentando sentirme cómplice de aquello, sin más deseo que el de seguir allí todo el tiempo posible.
Sharay y David se acercaron también, y durante unos segundos no dijeron nada, alentados por la visión que tenían delante, como si el silencio fuese el mayor de los privilegios, y el ruido, un castigo que rompería con la tranquilidad que nos rodeaba.
David sacó fotos, no sé cuántas, solo sé que el único ruido que se escuchaba, era el tic al apretar el botón o al pasar del carrete. Yo me adelanté un poco más, me senté en una piedra que sirve de juez entre la montaña y el abismo, entre la vida y la muerte, no sentía miedo alguno, ni siquiera intranquilidad, todo lo contrario, estaba seguro de que todo sería perfecto, incluso, si la piedra cediera, no caería al abismo, sino que empezaría a volar, y tocaría el suelo con la mayor de las dulzuras, sin estruendo alguno. Mi cuerpo caería en caída libre, con la única excusa de no tocar nunca la hierba que servía de manto, y ser parte del viento, viento que nos venía de espalda y que en un ir y venir dirección al valle, como si de la voz de la montaña se tratase, mandaba recado de que estábamos allí arriba.
Me levanté y me puse de pie en la piedra, miré al valle, se podían ver fincas de formas dudosas, formando un puzzle de colores variados, propiciados por los diferentes tonos de la hierba y color marrón de las hojas que empiezan a caer con el otoño, las carreteras parecían cordones deshilachados, con la ruptura a veces, del paso de algún coche.
Pude sentir la libertad de gritar o la prisión del silencio, la diferencia del día y la noche, del olvido y del recuerdo, del ir y venir…Sin más , empecé a gritar fuerte, mi voz era el portavoz de mi corazón y de mi ánimo, y a mis gritos se unieron los de mi hermana y David, sin decir nada, a lo unísono, sin más ensayo, que el movimiento de nuestros brazos de los tres gritando, cada cual más fuerte, y dibujando formas sonoras en el aire, que el viento se encargaba de trasladar, quería que me escuchasen abajo en el valle, que escucharan mi alma, que supiesen de mi angustia, de mi esperanza, de mi recuerdo de un amor que nunca olvidara…Y gritamos desde lo alto de la monte, esperando que nuestras voces las escuchase el viento…esperando que alguien me recordase.
Fin.
Autor fotografía: Luis Antuña / Fuente: Wikiloc
Canción para escuchar en bucle: Vapour Trail – Ride
Jordi Cicely
12 Comments
creciendofelices
Gritar es una de las experiencias más liberadoras que existen. Correr y gritar a la vez es una explosión de endorfinas que mejoran nuestro estado anímico de una forma asombrosa.
Al leer tu artículo he podido revivir ligeramente un poquito de esa paz que nos transmiten las montañas, la naturaleza y el grito.
¡No dejes de escribir!
Un abrazo,
Belén
Jordi "Cicely" Santos
Muchísimas gracias Belen, así es, muchas veces, las cosas mas maravillosas y que mejor nos sientan, las tenemos en frente nuestra y casi sin darnos cuenta, las pasamos de largo, a veces, es solo un gesto, un grito…pero una vez que las descubres, esa paz interior te recorre por completo. Muchas gracias por tus palabras.
Un beso.
Esteban
Consigues transmitir sentimientos a través de las palabras. Nunca permites que dejemos de sentir, amigo.
Jordi "Cicely" Santos
Muchísimas gracias amigo, me encantan que me digan eso, pues es lo que busco en cada cosa que escribo. Un abrazo.
Lianne Fonseca
Pude sentir la misma sensación de liberación. La naturaleza es, sin dudas, un alivio para el espíritu y tú traduces muy bien los ambientes que captas. Enhorabuena!!!!!
Jordi "Cicely" Santos
Muchas gracias Lianne, la naturaleza es parte nuestra y nosotros somos parte de ella y aunque no la escuches, te llama a que grites con ella. No hay cosa mas bonita. Gracias. Un beso.
Ana Muniz
Un relato muy visual. Transmite paz y esperanza ..y me explico fatal porque mi castellano es ya penoso .. muy bien hecho . Xx
Jordi "Cicely" Santos
Ana, muchas gracias por esa descripción de relato visual, es lo que intento en cada cosa que escribo. Un beso.
Pepe Fontal
Jordi, ese sitio chamase pena soá, de ahí saiu toda a lousa dos teitos das casas vellas de todos os pobos dos arredores, a da casa da miña infancia incluida, que está 3 Km. Xusto no último tramo de subida había un fouxo dos lobos, dos que apenas queda nada. Garzas polo texto
Jordi "Cicely" Santos
Fontal, muchas gracias por esta información que me das y desconocía por completo, aun sabiendo que el Monte Oribio tiene un montón de leyendas a sus espaladas. Que lugar mas mágico. Un saludo.
florrobleda
Es apasionante como hilas todas tus historias con el amor. Cuando parece que el detalle de aquella chica es totalmente anecdótico reaparece de nuevo para culminar una descripción tan bucólica como evocadora.
Jordi "Cicely" Santos
Me tema principal, en todo lo que escribo, siempre es el amor, o se sufre, o se disfruta, o se espera…esta chica misteriosa que sale en este relato, es la protagonista de otro, también muy misterioso, titulado Me Fui…Gracias.