Momentos,  Pildoras

Un café de otoño

En una cafetería nueva y elegante de un pueblo de pasado marinero situado al lado de unos gigantes acantilados, entra la gente. Sus cuerpos al instante se tiñen de un color ocre al fundirse con las luces cálidas que se encuentran repartidas por todo el techo del local y que ayudan sin quererlo a crear un ambiente acogedor. Bien podría ser una tarde cualquiera de un domingo de otoño, cuando uno no tiene mucho que hacer afuera en la calle, porque el frío ya ha aparecido y el cielo no presagia nada bueno debido a los nubarrones que llevan merodeando y amenazando con lluvia durante todo el día.

Entonces, pocas cosas se pueden hacer más que pedir un café. Al traerlo, el humo casi transparente que se ve salir de la taza caliente, sirve para perderse en esa noción rara de tiempo que se necesita por la semana, pero que hoy, en esa esquina junto a la ventana donde uno está sentado, no tiene la más mínima importancia. No hay más prisa que el cuidado de que la leche se enfríe lo justo para poder tomarlo en pequeños sorbos sin llegar a que queme la lengua y no perder el placer de tomárselo sin tener que soplar una y otra vez antes de acercarlo a los labios.

En esa rutinaria espera, en la que te da tiempo para observarlo todo sin prisa alguna, como si fueses la voz del narrador que va guiando el desenlace de una película, ves cómo la gente entra, hablan, se sientan, ríen, gesticulan, se miran, guiñan, se levantan, piden, pagan, se enfadan, WhatsAppean, se abrazan, se mienten, se escuchan, se emocionan, se vuelven a mirar, soplan, resoplan, leen, se besan, ojean el reloj una y mil veces, se acompañan unos a otros…

Y solamente hace falta girar la cabeza y hacer una visión rápida por la ventana, para comprobar que afuera, las cosas siguen igual que antes de entrar y las hojas sueltas de los árboles vecinos, comienzan a desfilar en una procesión desigual sostenida por remolinos de viento que muestran que el otoño ya ha llegado y no hay vuelta atrás. Y en este momento nostálgico, quizá no importe mucho que esté sonando por el hilo musical la melancólica Dead in The Water de Noel Gallagher, aunque esta canción sea la causante, quien sabe si de manera inconsciente, de que vengan imágenes color sepia de lugares que son dignos de ser visitados en otoño, porque una vez más, recuerdan a cafeterías cálidas y con olor a cafetera y chocolate caliente como en la que te encuentras sentado ahora.

En los rincones desapercibidos de estos lugares y el olor suave que los acompaña, siempre se echa menos algo, aunque uno crea que está en paz con todo.

Y mientras tanto, con el ambiente templado del calor que desprenden los cuerpos, la cafetera y el vaho de la humedad que se agarra con fuerza a los cristales, te das cuenta que la taza que aún permanece caliente, espera tímidamente sobre la mesa a que comience el ritual de echar el azúcar y darle vueltas hasta que se disuelva en espiral sobre la espuma de la leche y los granos oscuros del café mientras la mirada se queda perdida. Es el movimiento lento de la cucharilla empapada hasta la mitad de espuma, la que de manera absurda, se convierte en un billete de ida que traslada con suma facilidad a pensamientos donde reposan emociones con tintes de tristeza y a la par nostálgicas que hace unos minutos no tendrían si quiera cabida en un fugaz recuerdo. En los rincones desapercibidos de estos lugares y el olor suave que los acompaña, siempre se echa de menos algo, aunque uno crea que está en paz con todo. Maldita canción que suena y que es una de mis preferidas.

Instintivamente trato de agarrar fuertemente con las dos manos la taza por los lados para así también calentarlas y este gesto inconsciente, trae consigo el recuerdo nostálgico del calor del verano de no hace mucho tiempo, aunque solo sea durante unos segundos, en un pensamiento esperanzador de que pronto pasen los meses y los días vuelvan a ser más grandes en comparación con los de ahora, que no hacen más que empequeñecerse a medida que transcurren las semanas. Maldita nostalgia de otoño con olor a café, que cae sobre nosotros como lo hacen las hojas antes de tocar el suelo y danzar al son del viento, sin tener mucho más que ofrecer y que me pilla en esta cafetería de pueblo sin un buen libro entre las manos que consiga que olvide por un instante que tú ya no estás en mi vida.

Autoría fotografía: Instagram momocedeira.

Jordi Cicely.

Canción para escuchar en bucle: Dead in the Water – Noel Gallagher

Este es el lugar donde descansan las emociones de un escritor curioso, aventurero, emocional, romántico, caótico, tozudo, insensato, sensible, tenaz, persistente, impulsivo, vital, soñador... y que cuando se mira a un espejo y se queda un rato en silencio, se ve como un viajero incansable, amante pasional, escritor espontáneo, amigo infranqueable. Mis pasiones: La música (la Psicodelia, los Oldies, lo Sixtie, el Brit Pop, Queen y Freddie Mercury, el Indie, el Shoegazing, Brian Wilson y los Beach Boys, el Pet Sounds), la literatura, los relatos, la Generación Beat de Jack Kerouac, el existencialismo de Camus, los poemas de Rimbaud, El Principito, los viajes por el mundo, cinco ciudades inolvidables (Braga, Londres, Brighton, La Habana y Hong kong), el cine de Larry Clarck, Godard y la Nouvelle Vague, la serie Doctor en Alaska, el pueblecito de Cicely, el movimiento Mod, el British Style, la marca Fred Perry, la cerveza Superbock, la Holanda de Cruyff del 74, el Budismo, la noche en silencio, Latinoamérica, las chicas misteriosas, la vida...que es un suspiro. Solamente una cosa más: Si quieres perderme, sólo tienes que mentirme.