Momentos

La navidad con el sonido de los Pogues

Los que vivíamos en Crawley, teníamos la buena costumbre de salir a beber unas cuantas pintas muchas de las noches que libramos después de estar diez horas seguidas embarcando y facturando vuelos a Europa, oriente próximo y el norte de África, en el local de más ambiente de un pueblo que los británicos, tildaban como el más aburrido y paleto de Inglaterra. Pueblo al sur de Londres que es conocido por albergar el aeropuerto de Gatwick, donde sin ser casualidades de la vida, trabajamos un montón de españoles hace unos ocho años.

En nuestra memoria y en algún lugar del alma, de vez en cuando echamos de menos nuestra casa y nuestra gente, lo cierto es que en Crawley nos lo pasábamos bien, porque aunque nadie nos creyese, siempre decíamos que vivíamos cosas increíbles, cosas únicas, que de otro modo, o en otros trabajos, sería imposible.

El día más grande y el que siempre acababa siendo un triunfo lleno de fiesta, cerveza y besos que duraban hasta el amanecer, era el que sonaba en el Old Pounch Bowl por primera vez el tema de los Pogues, llamado Fairytale of New York, canción que para la inmensa mayoría de británicos e irlandeses abre las puertas a la navidad, esa misma que luego llena las calles de Londres de millones de luces en forma de ángeles, que mueven sus alas en Reggent Street y las demás calles del centro de la ciudad, cada año como si esa fuese la última navidad, sí justo como aquella otra canción, si cerráis los ojos, incluso visualizaréis a Wham!

Lo dicho, el primer día que sonaba esta canción en el local, comenzaba un ritual que no conocíamos los que llevábamos poco tiempo, pero que nada más adentrarnos en su letra nos hacía ser parte de aquella fiesta sin fin que solamente duraba una noche fría de principios de diciembre. Decenas de ingleses comenzaban a cantar con la música de fondo, levantando las pintas que dejaban mitad del cargamento en gotas sobre la mesa al chocar unas con otras en una exaltación de la amistad como pocas veces habíamos visto, invitaciones a otra ronda, que la mayor parte de las veces llegaba de alguien anónimo al que no habías visto jamás pero que ese día no paraba de hablarte de su desinteresada vida.

Aquel día todo valía por la exagerada euforia que necesitábamos vivir después de estar meses trabajando en un aeropuerto que era muy difícil de resistir. Nos habíamos ganado el derecho a la vida que se abría con aquella canción de un cantante de dientes estropeados por el exceso.

Las chicas inglesas también estaban muy presentes mirando a todos lados esperando a que nos emborrachásemos y así poder comenzar una conversación en la que era necesario estar más cerca para poder comprenderla, hasta el punto justo donde el mismo susurro al lado de tu oído con el calor de su aliento haciéndote cosquillas cada vez que rozaba un poquito el lóbulo de tu oreja y que después siempre venía acompañado automáticamente de una sonrisa o un “sorry” aunque eso ya poco importaba porque en aquel mismo momento no había nada que disculpar, sino todo lo contrario.

Y Justo después de esa disculpa con acento inglés, el primer beso no tardaba en caer, o bien cuando te girabas para mirarla y se rozaban vuestros labios o porque las miradas se clavaban en esa lucha de ojos brillantes que gracias al alcohol de la cerveza uno podía disfrutar y sacarle partido y que otro día cualquiera no valdría ni para empezar una conversación interesante. Aunque la forma en cómo comenzase siempre es lo menos importante, no pasaba así con la música, que había hecho que decenas de almas se levantasen y brindasen sin conocerse pero con la angustia de que con otra canción no podía haber sido igual. The Pogues, grupo folk punk, precursor de la alegría del primer día de navidad de decenas de trabajadores de Gatwick y un pueblo que olía a queroseno de los aviones que pasaban por encima de nosotros en cualquier hora del día, como si de una película de Mad Max se tratase.

Y entonces aquella chica que te hacía compañía pedía otra ronda casi sin enterarte y de repente al bajar tu mirada tenías otra enorme pinta que beberías para atacar tu orgullo.

Y sin uno darse cuenta la única canción que sonaba seguía siendo Fairytale of New York porque las dos voces se juntaban para cantarla y que al estar borrachos siempre parece que se canta mejor.

Y aquella melodía que ya había dejado de sonar, seguía haciéndolo en tu cabeza, en la de los dos y no era más que otra disculpa para que así, casi sin querer cayese otro beso, mucho más largo que el anterior y que el otro anterior y que el primero, que es el que rompe la timidez. Y sin uno darse cuenta la única canción que sonaba seguía siendo Fairytale of New York porque las dos voces se juntaban para cantarla y que al estar borrachos siempre parece que se canta mejor. Maldita canción y maldita cerveza inglesa que hace que seas el mejor del mundo en todo lo que quisiste ser por unas horas. Maldito espejismo emocional sin sentido que no saldrá de la mesa en la que estás sentado.

Y en mitad de aquella locura de emociones que viajaban en un coche de montaña rusa siempre había un hueco para la añoranza, como la que me venia de los recuerdos de mi veintena, cuando escuchaba con mi amigo Riki de Melide en nuestro piso de estudiantes de imagen y sonido de Vigo aquel cd de The Pogues que se había traído con él y que gastamos en tardes aburridas de sol frío de invierno sin nada que estudiar.

Maldito Shane MacGowan poeta Punk que creó un himno que siempre nos sacará una sonrisa cuando pensemos en la navidad inglesa, en el aeropuerto de Gatwick, en el pueblo de Crawley y en la compañía momentánea de una chica británica que seguramente jamás volveré a ver. Al final, Gatwick, siempre Gatwick, como una ficha de casino, siempre en la recámara. Hagan juego señores, y escojan su Navidad.

Felices fiestas y próspero 2024.

 

Canción para escuchar en bucle: Fairytale of New York – The Pogues

 

 

Este es el lugar donde descansan las emociones de un escritor curioso, aventurero, emocional, romántico, caótico, tozudo, insensato, sensible, tenaz, persistente, impulsivo, vital, soñador... y que cuando se mira a un espejo y se queda un rato en silencio, se ve como un viajero incansable, amante pasional, escritor espontáneo, amigo infranqueable. Mis pasiones: La música (la Psicodelia, los Oldies, lo Sixtie, el Brit Pop, Queen y Freddie Mercury, el Indie, el Shoegazing, Brian Wilson y los Beach Boys, el Pet Sounds), la literatura, los relatos, la Generación Beat de Jack Kerouac, el existencialismo de Camus, los poemas de Rimbaud, El Principito, los viajes por el mundo, cinco ciudades inolvidables (Braga, Londres, Brighton, La Habana y Hong kong), el cine de Larry Clarck, Godard y la Nouvelle Vague, la serie Doctor en Alaska, el pueblecito de Cicely, el movimiento Mod, el British Style, la marca Fred Perry, la cerveza Superbock, la Holanda de Cruyff del 74, el Budismo, la noche en silencio, Latinoamérica, las chicas misteriosas, la vida...que es un suspiro. Solamente una cosa más: Si quieres perderme, sólo tienes que mentirme.