Solsticio de verano
“Penas de Rodas” es un lugar mágico, te das cuenta de ello nada más llegar allí y ver como la naturaleza ha sido benévola con las formas geométricas imposibles que ha dejado dibujadas en las dos impresionantes rocas, colocadas a medio caer, en la gran formación en forma de altar que preside el lugar. Aquella hipnótica visión roza lo absurdo de las leyes de la física y da paso a infinidad de leyendas que fueron pasando desde que el fuego era casi un Dios.
Ese lugar, cuentan las historias, que en otros tiempos fue parte del bosque sagrado de Lugo donde druidas, ermitaños y mouras convivían en paz entre ellos y con la tierra que pisaban con sus pies descalzos como excusa para abrazar la iluminación. Allí compartían lo que sabían ante la muchedumbre que se reunía cada año para llenarse de conocimiento y también de magia, porque quizás nunca dos conceptos tan antagónicos, estuvieron más unidos y cerca el uno del otro.
Pero como casi siempre ocurre, el tiempo fue una losa demasiado pesada para estas reuniones que se hacían siglos atrás y de las que hoy ya no quedaba nada, ni tan siquiera el recuerdo.
Y cuando ya todo se había perdido, con el túnel de la esperanza oscurecido por completo hasta dejarlo sin atisbo de luz, una llama se encendió sin saber muy bien porqué y un pequeño resquicio de claridad volvió una vez más. Llama que fue encendida por un grupo de gente seguidores de una iluminación a la vieja usanza y que a los ojos de los que les rodean parecería de locos paganos. Aunque eso siempre les dio igual, no les importó lo más mínimo las habladurías vestidas de mentiras y exageración que portaba en una antorcha la ignorancia de los que no ven más allá de sus ojos lo mundano para seguir esa llamada que nació en su interior.
Y por eso, cada 21 de junio, este grupo de gente se sienta sobre la hierba de “Penas de Rodas”, en pleno solsticio de verano, cuando el día es más grande que la noche y la luz vence a la oscuridad después de haber pasado un invierno largo y duro. Qué mejor momento que rogar a la luz, decirle que se quede, disfrutar de su claridad…
Es una suerte estar rodeado de esta gente para tocarla y sentirla, colarse en medio de los corros que hacen cogidos de las manos mientras buscan en su interior algo que todos tenemos pero nos da miedo conocer
Allí se reúnen hombres, mujeres, niños, almas libres y sin complejos para festejar y estar presentes en el momento en que la luz envolverá a la oscuridad, hacerla menos oscura, ese instante en el que el frio y lluvioso invierno queda atrás definitivamente para dar la bienvenida a la estación estival, donde pasan mil aventuras en mil vidas distintas.
Es una suerte estar rodeado de esta gente para tocarla y sentirla, colarse en medio de los corros que hacen cogidos de las manos mientras buscan en su interior algo que todos tenemos pero nos da miedo conocer, mezclarse entre sus danzas y bailes alterados de conciencia con sus piernas moviéndose sobre la hierba sin más espera que otra melodía añadida, ayudar a construir el mandala de flores que se sitúa en el medio del campo enfrente del altar de piedra y penas gigantes, cada flor un alma, cada tallo un sueño, cada pétalo un deseo…todo vale si tus manos entregan una flor en ese círculo de colores brillantes de la naturaleza.
Allí hay una puerta formada por un arco de hierbas y flores, pasar a través de él mientras el humo de los palos de santo que sujetan las sacerdotisas se mete por los poros de cada parte de nuestra piel, es el primer contacto que tenemos todos los que asistimos con lo divino del solsticio, incluido los que no creen ya en nada.
Atravesarla es adentrarse en otra realidad que dirige el camino a seguir lleno de baldosas de hierba segada y flores que marcan como la pintura blanca lo hace en las carreteras convencionales. En el centro esperan cuatro mujeres, que en el pasado y en este presente son sacerdotisas sabias. Allí podrás verlas sin pestañear, posicionadas en los cuatro puntos cardinales que muestra el florido mandala y mirándose una frente a la otra, invocarán a las Atalayas de los elementos, de la vida, de la tierra, del espíritu. Es en este instante cuando la “Roga da Luz” manda el primer aviso al cielo de que estamos donde tenemos que estar y la magia de ese lugar comienza a florecer. Magia poderosa que también guía la mente y las expresiones de los que van solo a mirar y que nunca pensaron en estar allí, pero están aunque solo fuese por casualidad.
Ese grupo de mujeres y hombres son portadores de una sensibilidad extraña, distinta, sana, también lo son del secreto de lo masculino y lo femenino que cada uno de nosotros tenemos. Seguramente hace unos siglos, todas estas ideas, tendrían como destino la hoguera: el castigo a pagar por practicar brujería y mil hechizos malignos. Los ignorantes sabios del poder de entonces, acusarían, para luego prohibir y también para cortarles la lengua y que no hablasen ni llenasen a sus vecinos las cabezas de idea sacrílegas. En definitiva, no llenarles la cabeza de pájaros, esos mismos que vuelan a su alrededor una y otra vez durante todo el día del solsticio.
Esa gente baila descalza, sin complejos, sobre la fina hierba, un grupo enorme de hombres y mujeres festejan la felicidad y la libertad de ser quienes son, de no ser como los demás, ante los ojos atónitos de los que van como meros espectadores. Eso a ellos les da igual. En su mundo todo vale y ese día todo se multiplica por mil. Ropas de colores, largas melenas, barbas, cuerpos tísicos que se mueven al ritmo de la música que sale de los altavoces y si no hubiese música daría igual, porque el baile lo llevan en su interior, sale del contacto de los pies, que en ese momento son raíces que se introducen en la hierba húmeda que refresca, buscando ese tacto que de niños tanto disfrutamos y que nos obligaron a olvidar a medida que nos hacíamos adultos.
Como toda ceremonia, “a Roga” también tiene su momento álgido y aquí coincide además con el final, cuando los últimos rayos de luz del atardecer pasan entre el espacio que hay entre las dos grandes penas y el gran altar de piedra muestra todo su poder y nos rebela el secreto de porqué está situado en aquel preciso y extraño lugar. Luz que a medida que baja va bañando a la muchedumbre que ya lleva colocada enfrente de las dos penas desde hace minutos. Sus cuerpos se tiñen para despedir la oscuridad de un amarillos chillón y sus pieles brillan como si estuviesen a punto de incendiarse.
Vivir el solsticio de verano en “Penas de Rodas” te deja una sensación extraña, porque aunque nadie te lo haya dicho, sabes que ha despertado algo dentro de ti que llevaba mucho tiempo dormido o quizás nunca había despertado. Sentir la fuerza de los últimos rayos del atardecer entre las dos penas, no es más que sentir lo que fuimos hace mucho tiempo y que este mundo nos ha hecho olvidar a golpes, a partir de ahora, todo depende de nosotros y nadie ni nada marcará nuestro camino, ese mismo de baldosas de hierba y flores de colores que llevan al centro del mandala, que bien puede ser nuestro corazón, que estuvo marchito durante mucho tiempo.
Jordi Cicely
Cancion para escuchar en bucle: Comrade – Volcano Choir
One Comment
Nana Rojo
Hace aproximadamente un año empecé a leer tu blog Cosas que te conté al oído. ¡Mi primera vez leyendo un blog!
A día de hoy, escucho el sonido de las teclas cuando escribes. Nada sucede por casualidad o quizá sí, y todo sea azar. Sin embargo me gusta pensar que las cosas tienen su plan secreto, aunque nosotros no lo entendamos.
No obstante, sea como sea hoy duermo junto a tu oído.
Buenas noches atún ⭐